miércoles, 9 de julio de 2014

miércoles, 30 de abril de 2014

El hecho de escribir


por Fabián Almonacid
poeta, autor de Trampas de la nada


Esto pensé.

“Gallito ciego” me parece una metáfora perfecta sobre el hecho de escribir. 

Cuando uno “decide” ser poeta, debe pasar por un portal, el umbral de una casa en la que, como única condición para ser poeta, le ponen a uno una venda en los ojos. “A jugar”, te dicen y allí te dejan.

La gran mayoría, intuyo, tiende a quedarse estático, maldiciendo esa “imposibilidad” de no poder ver. Así no juego, murmuran. Sin embargo, los poetas aceptan la condición de ciegos –y la de gallitos- y empiezan a jugar. Porque lo malo no es ser ciego, lo peor es no atreverse a caminar. Ya que de eso se trata escribir: de buscar a tientas, sin saber qué se busca ni cómo hallarlo; sin más horizonte que la extensión de los brazos, con la vaga promesa de que uno o cien o mil pasos más allá estará “aquello” -el más alejado de los demostrativos-, eso que desconocemos pero intuimos.

Y así se van formando los poetas, según el modo en el que deciden jugar, tantos como distintos gallitos ciegos hay. Hay quienes casi no caminan, esperando una revelación que difícilmente el estatismo atraiga. También están los que dan pequeñísimos pasos, del mismo modo como hay aquellos que corren desaforados, buscando el golpe que los redima. Otros caminan buscando una pared para apoyarse o los que al encontrar aquello retroceden tres pasos para volver a caminar y encontrarse con lo mismo. Obviamente, también están los que hacen trampa y tratan de pispear por debajo de la venda, pero de esos no es necesario hablar. Peor aún los poetas gallina, que picotean hasta con el suelo barrido.

Hernán Schillagi es un gallito ciego hecho y derecho. Hace de su venda –de su búsqueda- una aventura que no deja camino por recorrer. Es un poeta que no se detiene ante un descubrimiento para gritar “miren, miren lo que encontré”, como algunos gallitos con alma de gallos. H. S. es ciego, como todos los poetas, pero es más gallito que cualquiera. Y siempre buscando.


lunes, 10 de febrero de 2014

Plantar una lengua


Gallito ciego
Hernán Schillagi
Libros de piedra infinita, 2013



por María Cristina Alonso*


Una secreta trama unifica estos poemas en los que la escritura, y sus ideas afines: mensajes, textos, cartas, palabras, intentan plantar una lengua para escribir al futuro. En los versos del epígrafe -extraídos de un poema de Boccanera- está la primera clave de lectura: “escribir con la mano del deseo, ese libro que mañana hablará como un hijo”.

Como en el juego del gallito ciego al que remite el título, el poeta intenta orientarse hasta encontrar las palabras que alumbren las zonas de oscuridad, que lo devuelvan a la aldea de la infancia de donde fue desterrado, que lo ayuden a improvisar la última palabra.

Poesía que remite a otros textos, emanada de un lector que se guarda personajes para luego compartirlos. “arqueólogo del café” remite al comienzo de El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, “strogoff” es una clara alusión a la novela de Julio Verne, Strogoff, el mensajero del rey. En ambos textos se busca que la palabra defina, evoque, abra un paréntesis.

He aquí la segunda clave, la poesía como mensaje cifrado, como un enhebrar palabras con los ojos vendados, un aferrarse al idioma sin soltarse para entender la existencia.

El libro de poemas de Hernán Schillagi resplandece en imágenes, algunas nos remiten a actos cotidianos: encender una salamandra, rallar una manzana, viajar en colectivo, pero detrás de los gestos sencillos, están las historias sin contar, esa “ficción que sangra y late en los gestos rotos”.

Poemas que remiten no a los iluminados lugares que idealizamos sino a sus zonas más oscuras donde merodea la muerte como expresa el poeta en “el sabor de lo perdido recuperado”. Porque la palabra es aquí un rayo que hiere pero también libera al silencio (“lengua suelta”).

Poemas en los que las metáforas se construyen desde la observación de acciones mínimas trazando una escritura imposible de traducir como es toda experiencia humana y que solo se conserva en los dedos que “son la memoria del tiempo”.

Una escritura que intenta nombrar el mundo como sólo un poeta puede hacerlo. Sólo él puede oír la música de las palabras aun en los periódicos usados para envolver un ladrillo que paliará el frío del invierno y que permitirá ahuyentar a los monstruos.

Construcción imaginaria de una lengua que pueda descifrar los secretos, los sueños, el quiebre de la inocencia, el amor y la muerte.


*Publicado en el blog La biblioteca de Cristina el 17/01/2014